Don Gerardo



Don Gerardo …..Por entre las ¨truchas¨ de antaño de un lugar señorial de los alrededores, con aquellos mostradores a tablones de cedro labrado como alcancías gigantes, pues tenían un huequito longitudinal para las monedas directas al cajón sin abrir este. Repletas sus esquinas de atados de dulce envueltos en tuza y pan casero en canastas de mimbre. Colocándolos encima tenedoras de mula, lazos de yute y ocholes de ajo; estaba la de don Gerardo y doña Adela en uno de los principales barrios del pueblo. Era una casa republicana de acera alta y ventanas de rejilla propicias para serenatas de bohemio.
Ese día que nos empeña el relato presente, el señor estaba en lo más oscuro del ámbito a pesar que el viejo sol ya cruzaba la franja de las nueve del mañana, escondido eso si, en gruesos nubarrones de diciembre. Doña Adela estaba adentro, en la cocina, haciendo oficio de los tamales y le había pedido que se quedara un rato cuidando y despachando la trucha mientras llegaba el pequeño Adolfo que andaba por las hojas y los achiotes. Don Gerardo accedió de mala gana pues no era hombre de sedentarismos, y se sentó en el rustico taburete pensando rápidamente cosas de su labranza en la manía propia y de siempre de mascullar palabras inteligibles solo para él. Parecía más encorvado y con las canillas cruzadas como gárgola de iglesia. Su permanente sombrero de lado y sus gafas oscuras de anticuario, lo identificaban a puro perfil de sombra incluyéndose su siempre encintada 38 de pavón negro.
Había nacido labio leporino y su temperamento de dinamita seca adversaron muchos pasajes de su vida en sus setenta años de existencia, a tal grado que vivía solo para sus tierras y para su casa y parco para sus conocidos.
No más un rato había pasado, cuando escuchó el: ¨Uhenas¨ con el remarque característico que le pareció familiar.
-Uhenas! contestó a secas.
-he…he… he…hi-e-ne eso? volvió a escuchar don Gerardo, ya poniéndole atención al hombre que preguntaba frente al mostrador, y que, por lo opaco del día y la barrera de sus gafas, solo percibía como un bojote de forma viva.
-Hi- contestó.
– A…homo?
-A hinco a iba- contestó fuerte y sintiendo su sangre comenzar a hervir, pues el reborde cartilaginoso de sus orejas las sintió nítidas en la ausencia de pensarlas.
-Huantas… heres? Se adelantó él, esta vez a preguntar ya incorporándose con un bufido del pecho.
– G…gres- dijo aquel consecuente y sin alerta, pero que tuvo que apropiarse cuando el clima comercial que había existido, cambió drásticamente por uno de vientos de huracán y voces como trompetas de Josué
-¡H, Htreinta y ocho de voy a dar, !- Gritó colérico y más gangoso don Gerardo, sacando su pistola al instante mismo que aparecía doña Adela en la puerta interior pegando un alarido de defensas
-¡Gerardo!
-¡No miras que ese es igual a vos!- Repetía en medio de las adrenalinas de escapatoria de Berilio, el janiche de las Crucitas que esquivaba volándose la acera, el segundo fogonazo….escrito por Ulises Guzmán